Volveremos a manchar las hojas con letras.
Algunas de ellas, tal vez, sin sentido.
O como decia Teodoro a la condesa de Belflor, "entiendame quien quiera, que yo me entiendo".
A asomarme de puntillas desde la azotea.
A quedarme dormido colgado de un hilo, que se empieza a descolgar, mientras se tambalea.
Siempre es agradable volver.