Cuando regresaba. Cuando estaba llegando, me recibieron con una encantadora sonrisa de vainilla y canela. Dulce como su dueña.
Me pregunto si seguirá sentada en el mismo sitio.
Cerca de la plazuela empedrada. De la fuente. De las calles porticadas.
Veloces miradas cómplices encontradas.
Que tu mano sea el abrigo de mi mano en el camino. Y entre escarcha de luceros encontremos el destino. Y un cielo estrellado donde escuchar los silencios.
Búscame en las madrugadas.
Todavia la recuerdo. A ella y a su mirada.
Y a la puerta de la casa sentado, reviso mi correo acumulado. Algunos de ellos ya contestados, otros por hacerlo.
Como a alguna Sultana de Merkadillo: Muchas gracias. Y no olvides respirar el silencio, porque no somos maquinas y el confort no siempre reconforta. Pero con el feedback adecuado todo tiende a un nuevo color. Disfrútalo.
Somos todo y somos nada.
Las cosas de la vida, son las que tú sientes.
Mientras, nos sentaremos a esperar nocheviejas ficticias llenas de risas. A damas de honor de colores vestidas.
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